miércoles, 12 de febrero de 2020

Diálogo

Artículo publicado en la Tribuna de Diari de Tarragona el 12 de febrero de 2020

Vaya por delante que soy de los que piensan que los litigios, las divergencias y los conflictos, de cualquier clase, siempre pueden solucionarse con el diálogo, en mi profesión son una constante, casi diaria, la transacción y el pacto. Muchos conflictos los solucionamos,
no solo al poco de producirse, sino incluso en las puertas de la sala de vistas, transaccionando entre las partes. Pero para que ello ocurra deben darse principalmente dos requisitos, que las partes en conflicto realmente quieran solucionar el problema, y que ambas respeten el marco normativo. Es imposible alcanzar un acuerdo si solo una de las partes así lo desea, o si no se respeta la ley. Será nulo cualquier pacto que sea contrario a la ley y, por lo tanto, difícilmente aceptable un acuerdo que cualquiera de las partes puede no cumplir alegando dicha nulidad.

Todo ello viene a cuento de la nueva etapa de diálogo que se ha abierto en Cataluña, ante la visita del Presidente del Gobierno a la Generalitat. Quizás sea más exacto puntualizar que esta nueva etapa nace más de la necesidad del voto de los partidos nacionalistas para poder permanecer en La Moncloa, que de una verdadera voluntad de solucionar lo que se ha denominado el conflicto catalán. De no ser así, difícilmente pueden entenderse las declaraciones efectuadas pocos días antes del pacto con ERC, en las que el propio Pedro Sánchez manifestaba la necesidad de recuperar el delito de convocatoria ilegal de referéndum o negaba -incluso más de tres veces- la posibilidad de cualquier pacto con los nacionalistas. La necesidad del voto de los partidos nacionalistas en el Congreso va más allá de la investidura, Pedro Sánchez para continuar en la Moncloa necesita aprobar unos presupuestos -aunque solo sean los de un solo año- que le permitirían gobernar los próximos dos o tres años, recordemos que los actuales fueron los aprobados por Mariano Rajoy en 2018, y son reflejo de la política económica del Partido Popular. 

Desde que Artur Mas visitara a Mariano Rajoy, en julio de 2014, los supuestos intentos y llamadas al diálogo de los presidentes de la Generalitat siempre han sido un chantaje: o cedes y me das me das lo que quiero o lo hago de todos modos. Así, Mas acudió a la Moncloa con la exigencia de celebrar un referéndum el 9 de noviembre, con la amenaza, de que, o me lo permites o lo convoco igualmente, como así sucedió. En el mismo sentido la reunión con Puigdemont, o me autorizas un referéndum o lo hago igualmente, esa ha sido su verdadera voluntad de diálogo. Nunca han querido negociar nada, se han llenado la boca exigiendo diálogo, pero nunca han tenido intención alguna de dialogar,  solo imponer, como quedo patente el 6 y 7 de septiembre de 2017. Negociar, transaccionar, es que cada parte esté dispuesta moverse en alguna de sus posiciones hasta llegar a un punto en común, nunca han tenido la voluntad de ceder en nada.  Eso sí, han tenido a su disposición toda una maquinaria mediática que ha reiterado una y mil veces que quieren negociar, y que quien no quiere es el Estado Español. Una mentira por mucho que se repita sigue siendo una mentira, aunque ésta, al parecer, ha calado en el voto de muchos catalanes, finalidad para la que nació. Y ahora, en esta nueva etapa de un supuesto diálogo, estamos ante un nuevo chantaje: o abres una vía para la independencia o  “lo volveremos a hacer”.

No podemos volver a caer en la trampa de la falsa voluntad de negociación. Para que se abra la verdadera vía de dialogo y negociación es imprescindible que todas las partes  acepten el marco legal, que todos acepten la Constitución y el Estatuto de Cataluña como única vía de solución, principalmente porque son las normas que los ciudadanos catalanes nos hemos otorgado democráticamente entre todos, aceptar un acuerdo fuera de ese marco sería hacer saltar por los aires el Estado democrático. Por ello, con carácter previo a sentarse en la mesa de diálogo, las partes de cualquier conflicto deben aceptar cuál es el marco legal como base de la negociación, e incluso pudiendo acordar iniciar un proceso de cambio de ese marco legal, pero siempre dentro de los cauces democráticos que las normas establecen, en este caso la Constitución y el Estatuto de Autonomía, a esto se le llama democracia. Cualquier otra posibilidad estaría fuera del sistema, y, como tal, cualquier posible acuerdo que naciera de ella, adolecería de nulidad.   

Pero además se erra en la identificación de las partes del diálogo, para poder llegar a un acuerdo es imprescindible acertar con quien se debe dialogar. Si, como ahora dice Pedro Sánchez, y reafirman los independentistas, es un conflicto político -y por lo tanto no es institucional- el diálogo debe ser entre los actores políticos y no entre las instituciones; sin embargo, el Presidente del Gobierno ha excluido del diálogo a Ciudadanos, el partido con mayor representación parlamentaria actualmente en el Parlament, y al Partido Popular,  e incluso ha excluido, de sus contactos con la sociedad catalana, a actores sociales fundamentales, como es Sociedad Civil Catalana.

Y ello nos lleva a la reiterada trampa de hablar siempre en nombre de todos los catalanes, cuando defienden opciones políticas concretas, confundiendo la representación institucional con la opción política, y en este caso con la complicidad del Presidente del Gobierno de España, que se ha negado a hablar con quien representa a la otra mayoría de catalanes. Un claro ejemplo de la confusión entre lo institucional y lo partidista lo tenemos en las palabras de Torra al finalizar el encuentro, -que recordemos ha sido institucional- anunciando que convoca a los Partidos políticos independentistas y solo a estos, junto con  Omnium, la Assamblea y el fantasmagórico Consell Per la Republica, para explicarles la reunión,  poniendo de manifiesto, nuevamente, que nunca ha querido ser el presidente de todos los catalanes, solo de los suyos, principalmente porque a los no independentistas nunca nos ha  considerado catalanes. Esta es la grave consecuencia de confundir las instituciones con la política de partido, y el diálogo con el chantaje.


Pere Lluís Huguet Tous

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