domingo, 28 de octubre de 2018

Mi Mi intervención en el programa de Onda Cero "La brújula"

Mi intervención en el programa de Onda Cero "La brújula" para explicar la situación actual de la causa ante el Tribunal Supremo por delito de rebelión


jueves, 18 de octubre de 2018

La Corona



Artículo publicado en Diari de Tarragona el 17 de octubre de 2018


Estos días estamos asistiendo a un recrudecimiento del debate sobre la corona y el pacto constitucional que nos llevó a una monarquía parlamentaria. Una vez defenestrado el Partido Popular, y ante la necesidad de un nuevo adversario, eindependentismo ha iniciado una frenética campaña de ataque al Jefe del Estado, y en esta ocasión ha encontrado como aliado a la izquierda de EComú Podem. La principal fundamentación del cuestionamiento de la monarquía parlamentaria varía entre su carácter antidemocrático,  que nunca los españoles hemos elegido en referéndum entre república y monarquía, y que la Transición no fue un pacto sino una imposición de los poderes fácticos, apoyados por los militares, para imponer a los constituyentes una monarquía. Nada de ello es cierto y, como todo lo que ocurre en Cataluña en los últimos años, donde algunas cuestiones casi se han convertido en dogma de fe para algunos, bien merece un pequeño análisis. 

 

Es evidente que los Españoles nunca se pronunciaron ante la pregunta concreta de Monarquía o República. Pero resulta curioso que se acepte como democrático el cambio de monarquía a república, sin referéndum alguno y como consecuencia de unas elecciones municipales, como ocurrió en abril de 1931, pero se sustente que no es democrática la instauración de la monarquía parlamentaria en 1978 mediante unas elecciones generales libres, y -esto resulta esencial- constituyentes, y una constitución refrendada por el pueblo. Tampoco se ha planteado seriamente por ninguna fuerza política con representación parlamentaria, la necesidad de un referéndum sobre la monarquía,  hasta la llegada de Podemospartido que junto a sus confluencias solo representa al 21.1% de los electoresPero el pueblo Español ha refrendado democráticamente la opción de la monarquía parlamentaria, en  la Constitución del 78, y recordemos también que dicha constitución fue redactada por los representantes de la soberanía popular elegidos democráticamente en unas elecciones libres, destinadas precisamente a ser constituyentes. Seguro que alguien inmediatamente me indicará, que no había otra solución, que era o eso o dictadura, y nuevamente incurren en errores. La izquierda española en la transición era profundamente republicana, especialmente el partido comunista, y es Jordi Solé Tura, diputado en aquellos momentos por el PSUC y ponente de la Constitución, además de mi profesor de Derecho Constitucional, quien explicó magistralmente en un artículo publicado en la prensa con el título “La Transición, La izquierda y la Corona, que la opción por la Monarquía parlamentaria no fue una imposición sino un pacto, y decía: Este pacto necesario fue posible, no sólo porque la izquierda aceptó la monarquía, terminando con la vieja confrontación entre monarquía y república, sino también porque la monarquía aceptó todas las grandes reivindicaciones de la izquierda, que antes sólo se habían podido conseguir, de manera precaria, derribando primero a la monarquía e instaurando después la república.” En definitiva, nuestros representantes democráticamente elegidos redactaron un texto en el que se optaba por la monarquía parlamentaria, producto todo ello de un pacto, y el pueblo lo refrendó en un referéndum. ¿Alguien puede cuestionar la raíz plenamente democrática de la opción?  

 

Pero se olvida que nuestros representantes, repito, elegidos democráticamente por el pueblo, se han vuelto a pronunciar sobre la monarquía recientemente. La Ley Orgánica 3/2014 sobre la abdicación del Rey D. Juan Carlos I -en 2014 ya no existían los fantasmas de la dictadura ni la sombra de los militares-, aprobó por una aplastante mayoría de 299 votos a favor, 19 en contra y 23 abstenciones, la abdicación del rey. No cabe duda que dicha ley orgánica es una reafirmación democrática de la voluntad de mantener una monarquía parlamentaria, recordemos que los diputados tenían la opción -como así hicieron algunos- de votar en contra; y ello habría abierto una crisis institucional, ya que el Rey había firmado previamente el 2 de junio su carta de renuncia, y sin la aprobación de las cortes no hubiera podido ponerse en funcionamiento la sucesión al trono por Felipe VI, lo que a buen seguro hubiera llevado al replanteamiento de la monarquía. Pero nada de todo ello ocurrió, muy al contrario, la ley fue aprobada con una importante mayoría. 

 

Otro de los argumentos esgrimidos es el carácter poco democrático y arcaico de una institución como la monarquía. Efectivamente a todas luces parece trasnochado que se mantenga una institución en la que no se elige por el pueblo al jefe del Estado. Pero veámoslo desde otro punto de vista, los Estados necesitan de una institución por encima del debate y confrontación política que los represente, y, sobre todo, que les de estabilidad; por ello, los ciudadanos designamos democráticamente a una persona y sus descendientes, y los aislamos de cualquier debate político, le prohibimos gobernar y cualquier actividad que no sea la función de representarnos. Ese es el pacto a que hacía referencia Solé Tura, pacto que ha servido y sirve para dar estabilidad y continuidad a nuestras instituciones, extraer a la Jefatura del Estado del debate político, para que no represente sólo a unos, sino a todos los ciudadanos. Y ciertamente la fórmula no ha dado mal resultado, curiosamente los países con mayor estabilidad en Europa, los más avanzados en libertades públicas y derechos sociales, y con mayores cuotas de democracia, son monarquías parlamentarias, Holanda, Dinamarca, Noruega, Suecia, Inglaterra, o Bélgica, lo son. 

 

Hace pocos días nuestro presidente Sr. Torra, declaraba que con la independencia Catalunya podría convertirse en la Dinamarca del sur de Europa, pues bien, teniendo en cuenta la importancia del papel que la monarquía juega en la sociedad danesa, base según sus propios ciudadanos de su estabilidad, progreso y bienestar social -tiene una aceptación de un 80%-, además de ser la dinastía europea más antigua, resulta contradictorio con los valores republicanos que él mismo dice defender. En fin, quizás seremos una Dinamarca a medias, aunque claro, si sólo lo seremos a medias, mejor nos quedamos como estamos.